Vuelvo a escribir con un nudo en la
garganta, no por nostalgia, (o quizá también) sino por la sensación de ver
repetirse, con nuevos rostros, aquella chispa que alguna vez incendió nuestra
propia juventud. Hoy marchó la Generación Z, y aunque muchas y muchos intenten
minimizarlo, algo profundo ocurrió. Algo que merecía ser dicho, documentado y
pensado.
A mí me tocó estar en las
calles durante el movimiento #YoSoy132, en ese 2012 que ya parece tan lejano
como una patria que no terminamos de recuperar. Muchas y muchos que me conocen,
(mis maestras y maestros de preparatoria, especialmente) saben que fui un
rebelde, un crítico feroz del poder, y de esa base social que no tolera el
abuso mientras unos cuantos se enriquecen con el sudor de la mayoría. México
siempre ha sido un país donde la injusticia empuja más fuerte que cualquier
discurso institucional, donde la indignación es casi una condición de
nacimiento.
Por eso me irrita
profundamente cuando alguien comenta desde la comodidad de su sala: “esas no
son formas; en otros países lograron el cambio sin violencia.” ¿De verdad?
¿A quién quieren engañar? El cómo se lucha depende de la situación del país que
se habita. En aquel 2012, bajo el régimen priista, no había espacios reales de
escucha; ni siquiera un partido que nos abriera las puertas. Había miedo,
represión y una maquinaria tan aceitada para callar disidencias que muchas
veces parecía invencible. Y aun así, contra todo pronóstico, logramos lo
imposible: sacar al PRI del poder tras décadas de dictadura capitalista,
(aunque les duela el término)
Pero no quiero pecar de ingenuidad:
no es que hoy hayamos avanzado mucho más. Lo que ocurre es que ahora, a
diferencia de entonces, los medios tienen un nuevo interés: exhibir cada error,
por mínimo que sea, del gobierno actual. Y aun así, que mis palabras no se
malinterpreten: seguimos igual. Este gobierno que se proclamó como el de la
transformación resultó incompetente para la altura de este país tan grande y
hermoso.
Durante la campaña de 2024,
mientras trabajaba en el área de estrategia de comunicación política, varias
personas me preguntaron: “¿crees que gane Claudia?” Yo siempre respondí
lo mismo: “Sí, pero será el final de MORENA” Hoy lo sostengo más que
nunca.
El panorama es desolador:
miles de muertes en las calles, gobernadoras y gobernadores coludidos con el
narcotráfico, testimonios que señalan la participación del aparato de seguridad
en operaciones del crimen organizado. Somos ya un país tan violentado que
incluso fuimos inspiración para un Call of Duty. ¿Qué más señal necesitan de
que cruzamos una frontera desde la cual no hay retorno fácil?
Era cuestión de tiempo para
que algo estallara, y pasó. La gente, sobre todo la juventud, salió a las
calles con ganas de cambiarlo todo. Y eso, lo digo sin reservas, merece un
aplauso absoluto. Me llena de orgullo verles marchar, pero también me llena de
tristeza. Porque en 2012 gritábamos con convicción: “luchamos hoy para que
nuestras hijas e hijos no tengan que luchar mañana.” Qué ironía más
dolorosa: fallamos. No porque no hayamos peleado, sino porque las mismas
inercias que combatimos regresaron disfrazadas, camufladas y adaptadas al nuevo
régimen.
Pero no escribo para
lamentarnos, sino para señalar lo que sí cambió hoy. La lucha de la Generación
Z no es una réplica de la nuestra; es una nueva gramática de la indignación. Su
organización estratégica, sus dictados bien estructurados, su capacidad para
generar símbolos y narrativas en cuestión de horas; todo eso demuestra que la
conciencia histórica no murió. Solo estaba esperando su turno.
Sin embargo, (y aquí es donde
el asco me gana) no tardó ni un día para que el PRI y el PAN intentaran
apropiarse de la manifestación. No colarse: apropiarse. Fue una escena
grotesca. De un lado, jóvenes con mensajes genuinos, escritos desde el dolor y
el deseo de un país distinto. Del otro, personas de cincuenta años o más, (a
muchas y muchos les conozco por sus aspiraciones partidistas) cargando
pancartas de “fuera el comunismo, fuera MORENA.” Lo digo con claridad:
ni siquiera saben qué es el comunismo. Odiar algo que no se comprende es un
fracaso moral y político que ya deberíamos haber superado.
No digo que no tengan derecho
a manifestarse. Por supuesto que lo tienen. Pero esta lucha no es suya. No
pueden apropiarse de un movimiento que no les pertenece ni moral ni
históricamente. Y lo peor: sabían que no lograrían conectar. Sabían que no
encajaban. Sabían que serían repudiadas y repudiados, como lo fueron
anteriormente. Hoy la propia marcha les respondió con pancartas irrebatibles: “ningún
partido tiene el ancho para gobernar México.” Y es verdad. Los tres
partidos que han gobernado no han podido con el país. Les queda muy grande el
puesto.
Creyeron, desde su arrogancia
profesionalizada, que aparecer entre jóvenes, posar con pancartas, fingir
empatía, les devolvería algo de capital político. De verdad, qué torpeza. Como
estratega, les repito lo que ustedes mismos dijeron durante los años de
nuestras manifestaciones: “esas no son formas.” Su tiempo ya pasó. Y lo
dejaron ir de la peor manera. Lo que hicieron hoy no fue conectar; fue
desconectar, romper y contaminar.
Y esta torpeza, (este impulso
casi patológico por apropiarse de todo lo que no construyeron) no es nueva. No
olvido el día que acudí a la primera manifestación de “El INE no se toca”. Yo
estaba convencido, y sigo estándolo, de que en México es necesario un árbitro
electoral fuerte, autónomo y blindado. Fui con esa convicción y con la
inocencia de creer que la causa podía sostenerse desde la ciudadanía. Pero lo
que vi me llenó de coraje, casi hasta las lágrimas: las mismas sabandijas electorales
de siempre abanderando un movimiento que se decía “apartidista”. Y lo peor:
armando un presidium solemne, elitista, lleno de discursos aburridos y falsos
de más de diez minutos. De verdad, ¿pensaron que con esa aberración ganarían
más votos? ¡Si casi pierden el registro!
Entiendan, por favor: dejen
lucrar con la sociedad. Luchen ustedes donde sí deben hacerlo: dentro de sus
partidos, transformando sus filosofías, depurando sus dirigencias podridas.
¿Quieren combatir la corrupción? Empiecen por la casa. Ese sí sería un acto
revolucionario. Ese sería, por primera vez, un motivo real para creerles.
Y aun así, pese a esa
intención fallida de apropiación, la marcha de hoy logró lo que debía obtener.
Por eso quiero dirigirme especialmente a las y los jóvenes que organizaron este
movimiento: Felicidades, de corazón. Lograron lo que se propusieron. Generaron
un precedente, un inicio, un acto de memoria. Porque un país que no conoce su
historia está condenado a repetirla, pero un país que la enfrenta puede, aunque
cueste, transformarla.
A quienes marcharon hoy les
digo lo mismo que nos dijimos entre millennials hace más de una década: sigan.
No suelten la calle si la calle les llama. No suelten la palabra si la palabra
les quema. No suelten la esperanza aunque el país parezca derrumbarse.
Luchen hoy, para que mañana,
(ojalá esta vez sí) quienes vengan detrás de ustedes ya no tengan que
continuar. Y si un día necesitan gritar con palabras, aquí hay un escritor a
sus servicios. No soy lo mejor en literatura, pero que mi humildad se extienda
para todas y todos ustedes.
Vuelvo a escribir con un nudo en la
garganta, no por nostalgia, (o quizá también) sino por la sensación de ver
repetirse, con nuevos rostros, aquella chispa que alguna vez incendió nuestra
propia juventud. Hoy marchó la Generación Z, y aunque muchas y muchos intenten
minimizarlo, algo profundo ocurrió. Algo que merecía ser dicho, documentado y
pensado.
A mí me tocó estar en las
calles durante el movimiento #YoSoy132, en ese 2012 que ya parece tan lejano
como una patria que no terminamos de recuperar. Muchas y muchos que me conocen,
(mis maestras y maestros de preparatoria, especialmente) saben que fui un
rebelde, un crítico feroz del poder, y de esa base social que no tolera el
abuso mientras unos cuantos se enriquecen con el sudor de la mayoría. México
siempre ha sido un país donde la injusticia empuja más fuerte que cualquier
discurso institucional, donde la indignación es casi una condición de
nacimiento.
Por eso me irrita
profundamente cuando alguien comenta desde la comodidad de su sala: “esas no
son formas; en otros países lograron el cambio sin violencia.” ¿De verdad?
¿A quién quieren engañar? El cómo se lucha depende de la situación del país que
se habita. En aquel 2012, bajo el régimen priista, no había espacios reales de
escucha; ni siquiera un partido que nos abriera las puertas. Había miedo,
represión y una maquinaria tan aceitada para callar disidencias que muchas
veces parecía invencible. Y aun así, contra todo pronóstico, logramos lo
imposible: sacar al PRI del poder tras décadas de dictadura capitalista,
(aunque les duela el término)
Pero no quiero pecar de ingenuidad:
no es que hoy hayamos avanzado mucho más. Lo que ocurre es que ahora, a
diferencia de entonces, los medios tienen un nuevo interés: exhibir cada error,
por mínimo que sea, del gobierno actual. Y aun así, que mis palabras no se
malinterpreten: seguimos igual. Este gobierno que se proclamó como el de la
transformación resultó incompetente para la altura de este país tan grande y
hermoso.
Durante la campaña de 2024,
mientras trabajaba en el área de estrategia de comunicación política, varias
personas me preguntaron: “¿crees que gane Claudia?” Yo siempre respondí
lo mismo: “Sí, pero será el final de MORENA” Hoy lo sostengo más que
nunca.
El panorama es desolador:
miles de muertes en las calles, gobernadoras y gobernadores coludidos con el
narcotráfico, testimonios que señalan la participación del aparato de seguridad
en operaciones del crimen organizado. Somos ya un país tan violentado que
incluso fuimos inspiración para un Call of Duty. ¿Qué más señal necesitan de
que cruzamos una frontera desde la cual no hay retorno fácil?
Era cuestión de tiempo para
que algo estallara, y pasó. La gente, sobre todo la juventud, salió a las
calles con ganas de cambiarlo todo. Y eso, lo digo sin reservas, merece un
aplauso absoluto. Me llena de orgullo verles marchar, pero también me llena de
tristeza. Porque en 2012 gritábamos con convicción: “luchamos hoy para que
nuestras hijas e hijos no tengan que luchar mañana.” Qué ironía más
dolorosa: fallamos. No porque no hayamos peleado, sino porque las mismas
inercias que combatimos regresaron disfrazadas, camufladas y adaptadas al nuevo
régimen.
Pero no escribo para
lamentarnos, sino para señalar lo que sí cambió hoy. La lucha de la Generación
Z no es una réplica de la nuestra; es una nueva gramática de la indignación. Su
organización estratégica, sus dictados bien estructurados, su capacidad para
generar símbolos y narrativas en cuestión de horas; todo eso demuestra que la
conciencia histórica no murió. Solo estaba esperando su turno.
Sin embargo, (y aquí es donde
el asco me gana) no tardó ni un día para que el PRI y el PAN intentaran
apropiarse de la manifestación. No colarse: apropiarse. Fue una escena
grotesca. De un lado, jóvenes con mensajes genuinos, escritos desde el dolor y
el deseo de un país distinto. Del otro, personas de cincuenta años o más, (a
muchas y muchos les conozco por sus aspiraciones partidistas) cargando
pancartas de “fuera el comunismo, fuera MORENA.” Lo digo con claridad:
ni siquiera saben qué es el comunismo. Odiar algo que no se comprende es un
fracaso moral y político que ya deberíamos haber superado.
No digo que no tengan derecho
a manifestarse. Por supuesto que lo tienen. Pero esta lucha no es suya. No
pueden apropiarse de un movimiento que no les pertenece ni moral ni
históricamente. Y lo peor: sabían que no lograrían conectar. Sabían que no
encajaban. Sabían que serían repudiadas y repudiados, como lo fueron
anteriormente. Hoy la propia marcha les respondió con pancartas irrebatibles: “ningún
partido tiene el ancho para gobernar México.” Y es verdad. Los tres
partidos que han gobernado no han podido con el país. Les queda muy grande el
puesto.
Creyeron, desde su arrogancia
profesionalizada, que aparecer entre jóvenes, posar con pancartas, fingir
empatía, les devolvería algo de capital político. De verdad, qué torpeza. Como
estratega, les repito lo que ustedes mismos dijeron durante los años de
nuestras manifestaciones: “esas no son formas.” Su tiempo ya pasó. Y lo
dejaron ir de la peor manera. Lo que hicieron hoy no fue conectar; fue
desconectar, romper y contaminar.
Y esta torpeza, (este impulso
casi patológico por apropiarse de todo lo que no construyeron) no es nueva. No
olvido el día que acudí a la primera manifestación de “El INE no se toca”. Yo
estaba convencido, y sigo estándolo, de que en México es necesario un árbitro
electoral fuerte, autónomo y blindado. Fui con esa convicción y con la
inocencia de creer que la causa podía sostenerse desde la ciudadanía. Pero lo
que vi me llenó de coraje, casi hasta las lágrimas: las mismas sabandijas electorales
de siempre abanderando un movimiento que se decía “apartidista”. Y lo peor:
armando un presidium solemne, elitista, lleno de discursos aburridos y falsos
de más de diez minutos. De verdad, ¿pensaron que con esa aberración ganarían
más votos? ¡Si casi pierden el registro!
Entiendan, por favor: dejen
lucrar con la sociedad. Luchen ustedes donde sí deben hacerlo: dentro de sus
partidos, transformando sus filosofías, depurando sus dirigencias podridas.
¿Quieren combatir la corrupción? Empiecen por la casa. Ese sí sería un acto
revolucionario. Ese sería, por primera vez, un motivo real para creerles.
Y aun así, pese a esa
intención fallida de apropiación, la marcha de hoy logró lo que debía obtener.
Por eso quiero dirigirme especialmente a las y los jóvenes que organizaron este
movimiento: Felicidades, de corazón. Lograron lo que se propusieron. Generaron
un precedente, un inicio, un acto de memoria. Porque un país que no conoce su
historia está condenado a repetirla, pero un país que la enfrenta puede, aunque
cueste, transformarla.
A quienes marcharon hoy les
digo lo mismo que nos dijimos entre millennials hace más de una década: sigan.
No suelten la calle si la calle les llama. No suelten la palabra si la palabra
les quema. No suelten la esperanza aunque el país parezca derrumbarse.
Luchen hoy, para que mañana,
(ojalá esta vez sí) quienes vengan detrás de ustedes ya no tengan que
continuar. Y si un día necesitan gritar con palabras, aquí hay un escritor a
sus servicios. No soy lo mejor en literatura, pero que mi humildad se extienda
para todas y todos ustedes.
La calle es de las y los jóvenes; la vergüenza fue de los partidos de siempre

17 de Noviembre del 2025
Vuelvo a escribir con un nudo en la
garganta, no por nostalgia, (o quizá también) sino por la sensación de ver
repetirse, con nuevos rostros, aquella chispa que alguna vez incendió nuestra
propia juventud. Hoy marchó la Generación Z, y aunque muchas y muchos intenten
minimizarlo, algo profundo ocurrió. Algo que merecía ser dicho, documentado y
pensado.
A mí me tocó estar en las
calles durante el movimiento #YoSoy132, en ese 2012 que ya parece tan lejano
como una patria que no terminamos de recuperar. Muchas y muchos que me conocen,
(mis maestras y maestros de preparatoria, especialmente) saben que fui un
rebelde, un crítico feroz del poder, y de esa base social que no tolera el
abuso mientras unos cuantos se enriquecen con el sudor de la mayoría. México
siempre ha sido un país donde la injusticia empuja más fuerte que cualquier
discurso institucional, donde la indignación es casi una condición de
nacimiento.
Por eso me irrita
profundamente cuando alguien comenta desde la comodidad de su sala: “esas no
son formas; en otros países lograron el cambio sin violencia.” ¿De verdad?
¿A quién quieren engañar? El cómo se lucha depende de la situación del país que
se habita. En aquel 2012, bajo el régimen priista, no había espacios reales de
escucha; ni siquiera un partido que nos abriera las puertas. Había miedo,
represión y una maquinaria tan aceitada para callar disidencias que muchas
veces parecía invencible. Y aun así, contra todo pronóstico, logramos lo
imposible: sacar al PRI del poder tras décadas de dictadura capitalista,
(aunque les duela el término)
Pero no quiero pecar de ingenuidad:
no es que hoy hayamos avanzado mucho más. Lo que ocurre es que ahora, a
diferencia de entonces, los medios tienen un nuevo interés: exhibir cada error,
por mínimo que sea, del gobierno actual. Y aun así, que mis palabras no se
malinterpreten: seguimos igual. Este gobierno que se proclamó como el de la
transformación resultó incompetente para la altura de este país tan grande y
hermoso.
Durante la campaña de 2024,
mientras trabajaba en el área de estrategia de comunicación política, varias
personas me preguntaron: “¿crees que gane Claudia?” Yo siempre respondí
lo mismo: “Sí, pero será el final de MORENA” Hoy lo sostengo más que
nunca.
El panorama es desolador:
miles de muertes en las calles, gobernadoras y gobernadores coludidos con el
narcotráfico, testimonios que señalan la participación del aparato de seguridad
en operaciones del crimen organizado. Somos ya un país tan violentado que
incluso fuimos inspiración para un Call of Duty. ¿Qué más señal necesitan de
que cruzamos una frontera desde la cual no hay retorno fácil?
Era cuestión de tiempo para
que algo estallara, y pasó. La gente, sobre todo la juventud, salió a las
calles con ganas de cambiarlo todo. Y eso, lo digo sin reservas, merece un
aplauso absoluto. Me llena de orgullo verles marchar, pero también me llena de
tristeza. Porque en 2012 gritábamos con convicción: “luchamos hoy para que
nuestras hijas e hijos no tengan que luchar mañana.” Qué ironía más
dolorosa: fallamos. No porque no hayamos peleado, sino porque las mismas
inercias que combatimos regresaron disfrazadas, camufladas y adaptadas al nuevo
régimen.
Pero no escribo para
lamentarnos, sino para señalar lo que sí cambió hoy. La lucha de la Generación
Z no es una réplica de la nuestra; es una nueva gramática de la indignación. Su
organización estratégica, sus dictados bien estructurados, su capacidad para
generar símbolos y narrativas en cuestión de horas; todo eso demuestra que la
conciencia histórica no murió. Solo estaba esperando su turno.
Sin embargo, (y aquí es donde
el asco me gana) no tardó ni un día para que el PRI y el PAN intentaran
apropiarse de la manifestación. No colarse: apropiarse. Fue una escena
grotesca. De un lado, jóvenes con mensajes genuinos, escritos desde el dolor y
el deseo de un país distinto. Del otro, personas de cincuenta años o más, (a
muchas y muchos les conozco por sus aspiraciones partidistas) cargando
pancartas de “fuera el comunismo, fuera MORENA.” Lo digo con claridad:
ni siquiera saben qué es el comunismo. Odiar algo que no se comprende es un
fracaso moral y político que ya deberíamos haber superado.
No digo que no tengan derecho
a manifestarse. Por supuesto que lo tienen. Pero esta lucha no es suya. No
pueden apropiarse de un movimiento que no les pertenece ni moral ni
históricamente. Y lo peor: sabían que no lograrían conectar. Sabían que no
encajaban. Sabían que serían repudiadas y repudiados, como lo fueron
anteriormente. Hoy la propia marcha les respondió con pancartas irrebatibles: “ningún
partido tiene el ancho para gobernar México.” Y es verdad. Los tres
partidos que han gobernado no han podido con el país. Les queda muy grande el
puesto.
Creyeron, desde su arrogancia
profesionalizada, que aparecer entre jóvenes, posar con pancartas, fingir
empatía, les devolvería algo de capital político. De verdad, qué torpeza. Como
estratega, les repito lo que ustedes mismos dijeron durante los años de
nuestras manifestaciones: “esas no son formas.” Su tiempo ya pasó. Y lo
dejaron ir de la peor manera. Lo que hicieron hoy no fue conectar; fue
desconectar, romper y contaminar.
Y esta torpeza, (este impulso
casi patológico por apropiarse de todo lo que no construyeron) no es nueva. No
olvido el día que acudí a la primera manifestación de “El INE no se toca”. Yo
estaba convencido, y sigo estándolo, de que en México es necesario un árbitro
electoral fuerte, autónomo y blindado. Fui con esa convicción y con la
inocencia de creer que la causa podía sostenerse desde la ciudadanía. Pero lo
que vi me llenó de coraje, casi hasta las lágrimas: las mismas sabandijas electorales
de siempre abanderando un movimiento que se decía “apartidista”. Y lo peor:
armando un presidium solemne, elitista, lleno de discursos aburridos y falsos
de más de diez minutos. De verdad, ¿pensaron que con esa aberración ganarían
más votos? ¡Si casi pierden el registro!
Entiendan, por favor: dejen
lucrar con la sociedad. Luchen ustedes donde sí deben hacerlo: dentro de sus
partidos, transformando sus filosofías, depurando sus dirigencias podridas.
¿Quieren combatir la corrupción? Empiecen por la casa. Ese sí sería un acto
revolucionario. Ese sería, por primera vez, un motivo real para creerles.
Y aun así, pese a esa
intención fallida de apropiación, la marcha de hoy logró lo que debía obtener.
Por eso quiero dirigirme especialmente a las y los jóvenes que organizaron este
movimiento: Felicidades, de corazón. Lograron lo que se propusieron. Generaron
un precedente, un inicio, un acto de memoria. Porque un país que no conoce su
historia está condenado a repetirla, pero un país que la enfrenta puede, aunque
cueste, transformarla.
A quienes marcharon hoy les
digo lo mismo que nos dijimos entre millennials hace más de una década: sigan.
No suelten la calle si la calle les llama. No suelten la palabra si la palabra
les quema. No suelten la esperanza aunque el país parezca derrumbarse.
Luchen hoy, para que mañana,
(ojalá esta vez sí) quienes vengan detrás de ustedes ya no tengan que
continuar. Y si un día necesitan gritar con palabras, aquí hay un escritor a
sus servicios. No soy lo mejor en literatura, pero que mi humildad se extienda
para todas y todos ustedes.