Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
Septiembre es el mes de la prevención del
suicidio y aunque nadie quiere hablar del tema porque sentimos que al
mencionarlo “le damos poder”, como si las palabras fueran una invocación, lo
cierto es que callarlo nunca ha salvado a nadie. Si realmente queremos
prevenir, tenemos que atrevernos a nombrarlo, mirarlo de frente, hablar de él
y, sobre todo, aprender a actuar al respecto.
En este punto no lo voy a disfrazar,
porque yo mismo he tenido pensamientos e
ideas suicidas. Esto no lo digo desde el dramatismo ni con afán de
confesionario, lo digo porque lo primero, siempre, es reconocer que la vida, a
veces, pesa demasiado. Que hay momentos en los que parece que todo se derrumba
y que, aun así, nadie lo nota. Reconocerlo no significa rendirse, es aceptar que
la mente también enferma, que los silencios pesan y que lo peor que podemos
hacer es ignorarlos.
Nombrar esos pensamientos los convierte en
algo que podemos trabajar y, en muchos casos, transformar.
Afortunadamente, incluso en mis épocas más
oscuras, siempre hubo algo o alguien que me sostuvo. Algún proyecto que me hizo
despertar por la mañana, alguna mano amiga que me jaló cuando más lo
necesitaba, o algún abrazo (literal o metafórico) que me recordó que todavía
había razones para seguir. Con esto entendí que la diferencia, muchas veces, no
radica en la fuerza individual, sino en la existencia de redes de apoyo.
Porque nadie puede salvarse solo.
Por eso insisto en que la prevención del
suicidio no es un asunto exclusivo de la persona que lo padece. Es también una
tarea colectiva, ya que por un lado las instituciones deben garantizar acceso
real a la atención psicológica, a redes comunitarias, a espacios donde hablar
no sea un lujo, sino un derecho, pero también la sociedad en su conjunto tiene
que empezar a mirar distinto y dejar de tratar el suicidio como un tema
prohibido y entender que escucharnos y acompañarnos puede salvar vidas.
La fortaleza personal no está en resistir en
soledad, sino en atrevernos a pedir ayuda y en tener comunidades que sepan
tender la mano cuando alguien más lo necesita.
He pensado mucho en que lo que me sostuvo
fueron esas redes, hechas de personas, proyectos, amistades y hasta
conversaciones inesperadas, que se construyen poco a poco, como un tejido
frágil pero poderoso. Eso es lo que necesitamos multiplicar, redes donde la
gente sepa que, si caes, habrá alguien para detenerte aunque sea un segundo.
Esa es una apuesta de vida en comunidad.
Cada septiembre vemos campañas, luces
amarillas y consignas que buscan concientizar y aunque esto esté bien lo que
necesitamos es persistencia. Que la conversación no se apague después del día
10 o cuando termine el mes.
Hablar para romper el silencio.
Reconocer para sanar.
Actuar para que nadie se quede solo en medio
de la oscuridad.
Ese, creo, es el verdadero sentido de este mes
y de lo que debería ser nuestra responsabilidad como sociedad.
Sígueme en twitter como @carlosavm
carlosavme@gmail.com
Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
Septiembre es el mes de la prevención del
suicidio y aunque nadie quiere hablar del tema porque sentimos que al
mencionarlo “le damos poder”, como si las palabras fueran una invocación, lo
cierto es que callarlo nunca ha salvado a nadie. Si realmente queremos
prevenir, tenemos que atrevernos a nombrarlo, mirarlo de frente, hablar de él
y, sobre todo, aprender a actuar al respecto.
En este punto no lo voy a disfrazar,
porque yo mismo he tenido pensamientos e
ideas suicidas. Esto no lo digo desde el dramatismo ni con afán de
confesionario, lo digo porque lo primero, siempre, es reconocer que la vida, a
veces, pesa demasiado. Que hay momentos en los que parece que todo se derrumba
y que, aun así, nadie lo nota. Reconocerlo no significa rendirse, es aceptar que
la mente también enferma, que los silencios pesan y que lo peor que podemos
hacer es ignorarlos.
Nombrar esos pensamientos los convierte en
algo que podemos trabajar y, en muchos casos, transformar.
Afortunadamente, incluso en mis épocas más
oscuras, siempre hubo algo o alguien que me sostuvo. Algún proyecto que me hizo
despertar por la mañana, alguna mano amiga que me jaló cuando más lo
necesitaba, o algún abrazo (literal o metafórico) que me recordó que todavía
había razones para seguir. Con esto entendí que la diferencia, muchas veces, no
radica en la fuerza individual, sino en la existencia de redes de apoyo.
Porque nadie puede salvarse solo.
Por eso insisto en que la prevención del
suicidio no es un asunto exclusivo de la persona que lo padece. Es también una
tarea colectiva, ya que por un lado las instituciones deben garantizar acceso
real a la atención psicológica, a redes comunitarias, a espacios donde hablar
no sea un lujo, sino un derecho, pero también la sociedad en su conjunto tiene
que empezar a mirar distinto y dejar de tratar el suicidio como un tema
prohibido y entender que escucharnos y acompañarnos puede salvar vidas.
La fortaleza personal no está en resistir en
soledad, sino en atrevernos a pedir ayuda y en tener comunidades que sepan
tender la mano cuando alguien más lo necesita.
He pensado mucho en que lo que me sostuvo
fueron esas redes, hechas de personas, proyectos, amistades y hasta
conversaciones inesperadas, que se construyen poco a poco, como un tejido
frágil pero poderoso. Eso es lo que necesitamos multiplicar, redes donde la
gente sepa que, si caes, habrá alguien para detenerte aunque sea un segundo.
Esa es una apuesta de vida en comunidad.
Cada septiembre vemos campañas, luces
amarillas y consignas que buscan concientizar y aunque esto esté bien lo que
necesitamos es persistencia. Que la conversación no se apague después del día
10 o cuando termine el mes.
Hablar para romper el silencio.
Reconocer para sanar.
Actuar para que nadie se quede solo en medio
de la oscuridad.
Ese, creo, es el verdadero sentido de este mes
y de lo que debería ser nuestra responsabilidad como sociedad.
Sígueme en twitter como @carlosavm
carlosavme@gmail.com
Hablar, reconocer, actuar
08 de Septiembre del 2025
Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
Septiembre es el mes de la prevención del
suicidio y aunque nadie quiere hablar del tema porque sentimos que al
mencionarlo “le damos poder”, como si las palabras fueran una invocación, lo
cierto es que callarlo nunca ha salvado a nadie. Si realmente queremos
prevenir, tenemos que atrevernos a nombrarlo, mirarlo de frente, hablar de él
y, sobre todo, aprender a actuar al respecto.
En este punto no lo voy a disfrazar,
porque yo mismo he tenido pensamientos e
ideas suicidas. Esto no lo digo desde el dramatismo ni con afán de
confesionario, lo digo porque lo primero, siempre, es reconocer que la vida, a
veces, pesa demasiado. Que hay momentos en los que parece que todo se derrumba
y que, aun así, nadie lo nota. Reconocerlo no significa rendirse, es aceptar que
la mente también enferma, que los silencios pesan y que lo peor que podemos
hacer es ignorarlos.
Nombrar esos pensamientos los convierte en
algo que podemos trabajar y, en muchos casos, transformar.
Afortunadamente, incluso en mis épocas más
oscuras, siempre hubo algo o alguien que me sostuvo. Algún proyecto que me hizo
despertar por la mañana, alguna mano amiga que me jaló cuando más lo
necesitaba, o algún abrazo (literal o metafórico) que me recordó que todavía
había razones para seguir. Con esto entendí que la diferencia, muchas veces, no
radica en la fuerza individual, sino en la existencia de redes de apoyo.
Porque nadie puede salvarse solo.
Por eso insisto en que la prevención del
suicidio no es un asunto exclusivo de la persona que lo padece. Es también una
tarea colectiva, ya que por un lado las instituciones deben garantizar acceso
real a la atención psicológica, a redes comunitarias, a espacios donde hablar
no sea un lujo, sino un derecho, pero también la sociedad en su conjunto tiene
que empezar a mirar distinto y dejar de tratar el suicidio como un tema
prohibido y entender que escucharnos y acompañarnos puede salvar vidas.
La fortaleza personal no está en resistir en
soledad, sino en atrevernos a pedir ayuda y en tener comunidades que sepan
tender la mano cuando alguien más lo necesita.
He pensado mucho en que lo que me sostuvo
fueron esas redes, hechas de personas, proyectos, amistades y hasta
conversaciones inesperadas, que se construyen poco a poco, como un tejido
frágil pero poderoso. Eso es lo que necesitamos multiplicar, redes donde la
gente sepa que, si caes, habrá alguien para detenerte aunque sea un segundo.
Esa es una apuesta de vida en comunidad.
Cada septiembre vemos campañas, luces
amarillas y consignas que buscan concientizar y aunque esto esté bien lo que
necesitamos es persistencia. Que la conversación no se apague después del día
10 o cuando termine el mes.
Hablar para romper el silencio.
Reconocer para sanar.
Actuar para que nadie se quede solo en medio
de la oscuridad.
Ese, creo, es el verdadero sentido de este mes
y de lo que debería ser nuestra responsabilidad como sociedad.
Sígueme en twitter como @carlosavm
carlosavme@gmail.com